Cazadores cazados
Todas las míticas sagas
cinematográficas de terror y ciencia ficción se enfrentan periódicamente al
mismo problema conforme su longevidad se va prolongando en el tiempo:
¿conseguirán los responsables de la nueva entrega crear algo digno de llevar el
título (y el peso) de la franquicia a sus espaldas y contentar al mismo tiempo
a sus legiones de aficionados en todo el mundo? Equilibrar calidad, cierta
libertad creativa y fan service no es tarea fácil, ni siquiera para un
prestigioso guionista y ocasional director como el norteamericano Shane Black.
Más aún teniendo en cuenta que se trata de la cuarta entrega de la saga
Predator (obviando el doble crossover de AVP de mediados de la década pasada)
la cual es además, junto con la de Alien, una de las más queridas por todos los
fans del género.
Pero que su anterior entrega
dejara un muy buen sabor de boca a todos los aficionados de la saga, dados los
notables resultados obtenidos por Nimród Antal en Predators (2010) recuperando
en gran medida el ambiente opresivo y terrorífico del film original, no ha
hecho que Shane Black se amilanara un ápice en dar rienda suelta a su talento
para escribir los avispados diálogos de sus personajes así como también para un,
cuanto menos discutible, cambio de tono general del film hacia derroteros más
humorísticos. Sí, habéis leído bien. Humor. Y no estamos hablando de los
entrañables y típicos chascarrillos ochenteros de Arnold en pleno fragor de la
batalla sino de algo mucho más generalizado. A veces acertado y divertido,
otras más arriesgado o incluso fuera de lugar.
Y es que al bueno de Shane no le
asustan las constantes bromas soeces de sus personajes (a veces bastante acertadas,
como con el impagable personaje de Baxley interpretado por un atípico Thomas
Jane), ni abandonar ese aura de terror que siempre ha caracterizado a la saga
para acercarse a algo que él conoce mucho mejor como es el cine de acción puro
y duro (lo cual no es óbice para que el film sea realmente violento e incluso algo
más sangriento que su predecesor). Pero… ¿es acaso eso lo que los fans
esperaban? A estas alturas y después de más de tres décadas desde el estreno de
la primera y mítica entrega fundacional de la saga, se antoja un movimiento
ciertamente arriesgado y, vistas las numerosas críticas que está recibiendo la
película desde su propio fandom, puede considerarse desde ya una jugada realmente
polémica y controvertida. Y no sólo por parte de su director sino sobretodo por
parte de Fox, su productora.
Así pues… ¿por qué arriesgarse
entonces? Pues seguramente porque Shane Black dirigió y co-escribió hace cinco
años la exitosa (aunque también algo polémica) tercera entrega de Iron Man para
Marvel, recaudando la astronómica cifra de más de mil doscientos millones de
dólares en todo el mundo. Con esos antecedentes y su prestigio como guionista
de éxito no es difícil imaginar que el estudio le haya dado carta blanca para
llevar a nuestro Yautja favorito a su terreno.
El argumento del film resulta
casi anecdótico (Un Predator persigue a otro modificado genéticamente hasta
nuestro planeta para darle caza mientras diversos militares y civiles se ven
atrapados entre el fuego cruzado de una pelea que por una vez no los tiene a
ellos como principales presas) puesto que Black se centra en los personajes,
especialmente en el grupo de exmilitares que se terminará enfrentando al
alienígena, encabezado por Quinn McKenna (personaje al que inicialmente iba a
interpretar Benicio Del Toro pero que desgraciadamente acabó recayendo en el
todavía relativamente desconocido Boyd Holbrook) y la bióloga Casey Bracket,
interpretada por la bella y ascendente Olivia Munn. Estos
centrarán las labores del director para conseguir enganchar a la audiencia con
la trama y son ciertamente lo mejor de ella: diálogos con chispa, irreverentes
y divertidos a partes iguales, dándole a la película un aire de serie B que le
sentaría realmente bien si no fuera porque el resto de la historia (y del
guión) se resiente en demasía: una cúpula militar mononeuronal enfrentada al
mismo tiempo durante gran parte del metraje a los exmilitares y a los
extraterrestres, incapaz de actuar con cierta inteligencia y estrategia y dando
la sensación de un deficiente trabajo en la historia de fondo del propio guión.
A ello se suma una sorprendente y central importancia en la historia del
personaje del hijo pequeño autista de McKenna que, si bien resulta una decisión
bastante original, no es menos cierto que acentúa ese aura de serie B
semi-humorística que tan mal ha sentado entre los aficionados a la saga.
Así pues, queda claro que cambiar
el tono general a la cuarta entrega de un personaje tan mítico en el género
fantástico/terrorífico como es Depredador resulta un ejercicio tan arriesgado
como sorprendente si su director/guionista es capaz de llevarlo a buen puerto
sin insultar la genealogía de toda la saga y, por tanto, a su gran número de
aficionados alrededor del mundo. En el caso de Black, y pese a ése refrescante
aura de serie B que envuelve parte de la película, no se puede decir que el
tiro le haya salido muy acertado cuando una parte del guión termina quedando
muy desdibujada y la otra parece más bien una gamberrada que un decidido cambio
de registro de la saga. ¿Divertida? Seguramente si. ¿Terrorífica? Puede que
también, pero desde luego no de la forma en que la gran mayoría de fans
esperaban que fuera.
Y es que darle a alguien como Shane Black las
llaves de la franquicia Yautjaniana parece un movimiento tan temerario como
darle al hijo de McKenna un casco de Predator para que se pasee por su
vecindario en busca de truco o trato…
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