viernes, 26 de octubre de 2018

Predator (2018)


Cazadores cazados

Todas las míticas sagas cinematográficas de terror y ciencia ficción se enfrentan periódicamente al mismo problema conforme su longevidad se va prolongando en el tiempo: ¿conseguirán los responsables de la nueva entrega crear algo digno de llevar el título (y el peso) de la franquicia a sus espaldas y contentar al mismo tiempo a sus legiones de aficionados en todo el mundo? Equilibrar calidad, cierta libertad creativa y fan service no es tarea fácil, ni siquiera para un prestigioso guionista y ocasional director como el norteamericano Shane Black. Más aún teniendo en cuenta que se trata de la cuarta entrega de la saga Predator (obviando el doble crossover de AVP de mediados de la década pasada) la cual es además, junto con la de Alien, una de las más queridas por todos los fans del género.
Pero que su anterior entrega dejara un muy buen sabor de boca a todos los aficionados de la saga, dados los notables resultados obtenidos por Nimród Antal en Predators (2010) recuperando en gran medida el ambiente opresivo y terrorífico del film original, no ha hecho que Shane Black se amilanara un ápice en dar rienda suelta a su talento para escribir los avispados diálogos de sus personajes así como también para un, cuanto menos discutible, cambio de tono general del film hacia derroteros más humorísticos. Sí, habéis leído bien. Humor. Y no estamos hablando de los entrañables y típicos chascarrillos ochenteros de Arnold en pleno fragor de la batalla sino de algo mucho más generalizado. A veces acertado y divertido, otras más arriesgado o incluso fuera de lugar.
Y es que al bueno de Shane no le asustan las constantes bromas soeces de sus personajes (a veces bastante acertadas, como con el impagable personaje de Baxley interpretado por un atípico Thomas Jane), ni abandonar ese aura de terror que siempre ha caracterizado a la saga para acercarse a algo que él conoce mucho mejor como es el cine de acción puro y duro (lo cual no es óbice para que el film sea realmente violento e incluso algo más sangriento que su predecesor). Pero… ¿es acaso eso lo que los fans esperaban? A estas alturas y después de más de tres décadas desde el estreno de la primera y mítica entrega fundacional de la saga, se antoja un movimiento ciertamente arriesgado y, vistas las numerosas críticas que está recibiendo la película desde su propio fandom, puede considerarse desde ya una jugada realmente polémica y controvertida. Y no sólo por parte de su director sino sobretodo por parte de Fox, su productora.
Así pues… ¿por qué arriesgarse entonces? Pues seguramente porque Shane Black dirigió y co-escribió hace cinco años la exitosa (aunque también algo polémica) tercera entrega de Iron Man para Marvel, recaudando la astronómica cifra de más de mil doscientos millones de dólares en todo el mundo. Con esos antecedentes y su prestigio como guionista de éxito no es difícil imaginar que el estudio le haya dado carta blanca para llevar a nuestro Yautja favorito a su terreno.
El argumento del film resulta casi anecdótico (Un Predator persigue a otro modificado genéticamente hasta nuestro planeta para darle caza mientras diversos militares y civiles se ven atrapados entre el fuego cruzado de una pelea que por una vez no los tiene a ellos como principales presas) puesto que Black se centra en los personajes, especialmente en el grupo de exmilitares que se terminará enfrentando al alienígena, encabezado por Quinn McKenna (personaje al que inicialmente iba a interpretar Benicio Del Toro pero que desgraciadamente acabó recayendo en el todavía relativamente desconocido Boyd Holbrook) y la bióloga Casey Bracket, interpretada por la bella y ascendente Olivia Munn. Estos centrarán las labores del director para conseguir enganchar a la audiencia con la trama y son ciertamente lo mejor de ella: diálogos con chispa, irreverentes y divertidos a partes iguales, dándole a la película un aire de serie B que le sentaría realmente bien si no fuera porque el resto de la historia (y del guión) se resiente en demasía: una cúpula militar mononeuronal enfrentada al mismo tiempo durante gran parte del metraje a los exmilitares y a los extraterrestres, incapaz de actuar con cierta inteligencia y estrategia y dando la sensación de un deficiente trabajo en la historia de fondo del propio guión. A ello se suma una sorprendente y central importancia en la historia del personaje del hijo pequeño autista de McKenna que, si bien resulta una decisión bastante original, no es menos cierto que acentúa ese aura de serie B semi-humorística que tan mal ha sentado entre los aficionados a la saga.
Así pues, queda claro que cambiar el tono general a la cuarta entrega de un personaje tan mítico en el género fantástico/terrorífico como es Depredador resulta un ejercicio tan arriesgado como sorprendente si su director/guionista es capaz de llevarlo a buen puerto sin insultar la genealogía de toda la saga y, por tanto, a su gran número de aficionados alrededor del mundo. En el caso de Black, y pese a ése refrescante aura de serie B que envuelve parte de la película, no se puede decir que el tiro le haya salido muy acertado cuando una parte del guión termina quedando muy desdibujada y la otra parece más bien una gamberrada que un decidido cambio de registro de la saga. ¿Divertida? Seguramente si. ¿Terrorífica? Puede que también, pero desde luego no de la forma en que la gran mayoría de fans esperaban que fuera. 
Y es que darle a alguien como Shane Black las llaves de la franquicia Yautjaniana parece un movimiento tan temerario como darle al hijo de McKenna un casco de Predator para que se pasee por su vecindario en busca de truco o trato…

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