martes, 20 de junio de 2017

Alien: Covenant (2017)


De xenomorfos y androides

No es ningún secreto que los grandes artistas suelen volver a sus orígenes en su última etapa de madurez o incluso ya en su senectud. Ese es también el caso del afamado director británico Ridley Scott, que el próximo noviembre cumplirá 80 años, con su particular retorno al género que lo encumbró y a la saga que mayores éxitos le ha reportado: Alien. ¿Y que mejor opción, después de una irregular aunque estimable precuela como Prometheus, que una secuela de la precuela?
Situada cronológicamente diez años después de los hechos acontecidos en la anterior entrega, Covenant (que no es más que el nombre de la nave protagonista, en una ya larga tradición de épica nomenclatura para las míticas astronaves de la saga como Nostromo, Sulaco o Prometheus) es la historia de la primera misión colonizadora en busca de un nuevo hogar en donde establecerse como colonia permanente para la raza humana (debido presumiblemente a los serios problemas ecológicos que atraviesa el planeta Tierra a principios del sigo XXII). A medio trayecto, con un rumbo prefijado desde la Tierra y después de un grave accidente técnico de dramáticas consecuencias, descubrirán una señal de socorro proveniente de un planeta próximo y desconocido que, sorprendentemente, posee incluso mejores condiciones para la vida humana que su potencial objetivo inicial. Este hecho les hará finalmente cambiar de rumbo y probar suerte, a modo de prematura expedición, con ese nuevo y prometedor mundo. Pero pronto descubrirán que ese planeta no es mas que el planeta originario de los Ingenieros, el lugar al que se dirigían la valiente científica superviviente Elizabeth Shaw y David justo al final de Prometheus.
Con esa interesante premisa y llegado el momento en que la tripulación pise ese desconocido y aparentemente apacible planeta comenzará a desarrollarse la trama de la cinta. Por desgracia para el espectador ese es también el momento en que la película empieza a parecerse demasiado a su antecesora en el sentido de los constantes e inexplicables altibajos y exabruptos lógicos con los que nos obsequia su muy irregular guión. Empezando sin duda por la sorprendente decisión por parte de la tripulación de la nave de no llevar casco en su primera toma de contacto con un desconocido ecosistema extra-terráqueo, por mucho que su atmósfera sea respirable, sobretodo teniendo en cuenta que son ellos los responsables de la seguridad de los miles de colonos que llevan a bordo…
A partir de ahí y con un ritmo in crescendo, las infecciones y las desagradables sorpresas irán en aumento hasta encontrarse con la fauna local y, por supuesto, con David, el ambiguo androide de la anterior entrega y único superviviente de la defenestrada nave alienígena que él y Shaw condujeron hasta allí. Es en este momento cuando la película adquirirá su mayor interés puesto que la nueva tripulación lleva también consigo a un androide con las mismas facciones que David (interpretado de nuevo de manera muy convincente por el siempre correcto Michael Fassbender) de nombre Walter y que no es más que un modelo modificado del anterior con el fin de hacerlo menos similar al ser humano en su interacción con este, sin emociones y técnicamente mas avanzado que el primero.
Justo en este punto, y prosiguiendo con esos ilógicos comportamientos por parte de la tripulación protagonista como, por ejemplo, no preguntarse en ningún momento nada al respecto de ese enorme y sorprendente cementerio de cuerpos alienígenas yacentes al aire libre que atraviesan en su visita a la ciudad anteriormente poblada por la avanzada raza de los Ingenieros, el guión da un extraño giro. Es en ese momento que el film deja de ser una película sobre Alien(s) para ser más bien una película y un estudio psicológico sobre David. Y no debería de ser eso necesariamente malo sino fuera por la naturaleza de la saga que el espectador se halla visionando y el indisimulado rechazo por parte de sus guionistas a responder a todas y cada una de las grandes y trascendentales cuestiones que se nos presentaban al final de Prometheus, para las cuales sin duda el escueto flashback que se nos brinda en su lugar resulta claramente insuficiente.
Pese a esos obvios problemas apuntados hasta ahora en el desarrollo de su guión, no es menos cierto que el inquietante personaje de David y su dicotómica relación con su benévolo doppelganger (Walter) adquiere en este punto una capital importancia no solo en el argumento del film sino para el argumento de toda la saga en su conjunto, con una apasionante reflexión sobre la naturaleza humana, la inteligencia artificial y los componentes sociopáticos que en ambas pueden existir. Y es que David reúne en su esencia de ser supra-humano lo mejor y lo peor de la especie que lo creó: es capaz de sentir emociones, de crear y experimentar con el arte o la ciencia o de interrogarse a si mismo sobre su propia existencia, pero al mismo tiempo es capaz también de sentirse tan superior a sus creadores como para llegar a menospreciar a toda la especie humana por sus errores, así como también es capaz de odiar y matar sin remordimiento alguno. David es más que un humano pero también es un androide psicópata. Walter, aunque técnicamente superior, no posee ninguna de esas cualidades, ni las positivas ni las negativas, precisamente como medida de seguridad por parte de sus recelosos creadores. El enfrentamiento directo entre ambos en los aposentos cavernarios del primero centrará el resto de la trama relegando a un segundo lugar a los xenomorfos, neomorfos y demás ingenios biológicos orquestados por David, con la ayuda de la tecnología de los Ingenieros, durante su década de hastiado aislamiento precisamente en su malsano y megalómano afán de terminar con la especie humana (o por lo menos diezmarla física y moralmente) y convertirse él mismo en creador y cercenador de vida, en creador y destructor de mundos, en su propio e inmortal Dios al fin y al cabo.
Así pues el problema con el guión de Covenant radica precisamente en ese desequilibrio entre la trama xenomorfa (porque haberlos obviamente haylos, apareciendo ya los ejemplares completamente evolucionados que todos conocemos en el trepidante tramo final de la historia) y de respuesta a los grandes enigmas de Prometheus y por otro lado la trama de David y Walter, la cual acaba monopolizando, de manera además un tanto previsible, el resto de la acción, dejando al espectador en parte absorto por esa interesante y oscura reflexión posthumana pero también bastante decepcionado. Decepción tanto por la inexplicable y poco profesional forma de actuar por parte de la mayoría de personajes que forman la tripulación (de la cual sinceramente resulta casi imposible rescatar a ninguno que ofrezca un mínimo de carisma, interés e identificación de cara al espectador debido a su desdibujado y superficial diseño, por mucho que estén interpretados la mayoría de ellos de manera mas que correcta por solventes actores como Billy Crudup, Katherine Waterston o Demián Bichir) como por esa molesta ausencia de respuestas que Scott parecía prometernos al final de la anterior entrega pero que se ha negado en redondo a proporcionarnos en su continuación. Todo ello dejando incluso la extraña sensación entre el público de haber empequeñecido el propio universo de la saga cuando se habría podido expandir mas y mejor.
Pese a todo ello y dado sus buenos resultados en taquilla a nivel global (aunque eso sí, algo inferiores que los de Prometheus hace cinco años) tendremos que esperar pues a una ya rumoreada tercera parte de la precuela (¿Alien Awakening?) si los aficionados a tan querida y mítica saga de ciencia ficción queremos obtener esas tan anheladas respuestas. Pero dado los deficientes guiones con los que nos han obsequiado el señor Scott y su equipo de guionistas en ambas entregas, dilapidando en ambas ocasiones un punto de partida y un concepto apasionantes, no queda desgraciadamente ya a estas alturas mucho margen para el optimismo de cara al final de esta antecesora trilogía de Alien.

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