En el diván de Tony Stark
La segunda fase de la ofensiva
Marvel ha comenzado. Y qué mejor forma de hacerlo que cerrando la primera
trilogía marveliana de uno de sus personajes estrella: Iron Man.
El encargado de llevar a cabo tan
enorme y costoso proyecto es esta vez el reputado guionista Shane Black,
después de que el responsable de las dos primeras entregas Jon Favreau
abandonara voluntariamente el barco en pos de encargarse de otros futuros
proyectos de la casa madre de Marvel, léase Disney. Así pues Black, responsable
del guión de algunos de los mejores films de acción entre finales de la década
de los 80 y mediados de los 90 como Arma
Letal 1 y 2 (1987-89), El último Boy Scout (1991), El último gran héroe (1993) o Memoria Letal (1996) y director de la
interesante aunque poco conocida Kiss
Kiss, Bang Bang (2005) es ahora quien lleva las riendas del Hombre de
Hierro a nivel narrativo en su doble faceta de director-guionista. Y si bien a
priori parecía una muy buena elección hay que reconocer sin duda que no ha
llegado a cumplir las enormes expectativas puestas sobre él. Si lo ha conseguido a
nivel de taquilla en donde incluso ha llegado a desbancar el récord de
recaudación a nivel internacional en su fin de semana de estreno obtenido el pasado
año por Los Vengadores. Todo queda en casa.
Pero argumentalmente hablando esta
tercera parte de la trilogía posee un enorme handicap y es que, a diferencia de las dos anteriores, no ha
terminado de gustar a su público objetivo, es decir, a sus propios fans. Y eso
se debe íntegramente a las arriesgadas decisiones narrativas tomadas por Black
con el objetivo de crear una historia interesante centrada esta vez más a nivel
psicológico de su protagonista, Tony Stark.
A priori, nuevamente, una
decisión tan arriesgada como potencialmente interesante pero que
desgraciadamente sus guionistas Shane Black y Drew Pearce son incapaces de
llevar a buen puerto dada la creciente sensación de desconocimiento del propio
personaje y su universo que denotan tales acciones, a diferencia de los films
de Favreau. Y es que un Tony Stark que apenas se pone la armadura, un villano
icónico (El Mandarín, interpretado por sir Ben Kingsley) que no es mas que un
pálido y ridiculizado reflejo del original, y unos personajes secundarios como
Maya Hansen (Rebecca Hall) y Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) planos y
superficiales que a diferencia de otras entregas ofrecen una química
inexistente al espectador en su relación con el héroe, acaban resultando unos
obstáculos demasiado difíciles de sortear. Dada esta problemática tanto el esperado
gran despliegue de medios del que hace gala la cinta como el enorme carisma de
Robert Downey Jr. como Iron Man resultan insuficientes y acaban dejando al
espectador con un irremediable regusto agridulce después de su visionado.
Volviendo a la perspectiva que
Black ofrece sobre el personaje, aunque resulte ciertamente interesante
observar una continuidad narrativa respecto a la anterior entrega con Iron Man
como uno de sus protagonistas, Los
Vengadores (2012), y ver a un Stark mas inseguro y vulnerable que de
costumbre debido a algunos problemas de ansiedad derivados directamente de esa
anterior entrega, las decisiones del director a partir de ahí resultan
contraproducentes. La idea de centrarse mas en el hombre que en su armadura
puede considerarse inicialmente acertada (y en algunas partes incluso funciona)
pero su desarrollo posterior (que lleva a Stark mas a manejar fabulosamente sus
artilugios desde fuera como si de un videojuego de realidad aumentada se
tratara que a jugarse el pellejo desde dentro de su armadura como es habitual)
acaba restándole fuerza a las escenas y a la historia en general. Lo mismo
puede decirse del tratamiento cuanto menos cuestionable de uno de los villanos
principales, El Mandarín, que prioriza el giro sorprendente y rocambolesco de
guión a la fuerza e interés de la historia restándole así más enteros que
sumándoselos de cara al espectador. Eso sumado a la desaparición de la tensión
sexual entre los protagonistas Stark y Potts y a un diseño de personajes
secundarios extraordinariamente superficial e incluso infantil en sus
motivaciones (Maya Hansen y Aldrich Killian) acaba no transmitiendo un cómputo
final positivo. Tampoco ayuda un casting irregular, con un fantástico Guy Pearce
como Killian pero un William Sadler como presidente de los Estados Unidos
perdidísimo y totalmente fuera de su rol habitual o un Ben Kingsley ampliamente
desaprovechado por exigencias del guión. Don Cheadle como coronel Rhodes/War
Machine sigue manteniendo intacta la falta de carisma que ya lucía en la anterior
entrega o incluso menos y Jon Favreau repite en su faceta como actor, apunte
cómico y corpulento guardaespaldas de Stark.
Afortunadamente hay también
partes algo mas inspiradas como la visita de Stark a Tennessee y su divertida
relación con uno de los niños (el joven actor Ty Simpkins), una de las mejores aunque mas
predecibles partes de la película.
Sin duda alguna la franquicia de Iron Man (como también Los Vengadores de Joss Whedon) nunca se había caracterizado por su seriedad pero si por un acertado balance entre su sentido del humor (carisma de los personajes principales incluido, especialmente el de Robert Downey Jr.) y cierta verosimilitud en sus tramas argumentales por muy fantasiosas que estas pudieran ser. Pero Shane Black no es Jon Favreau. Puede que éste último no tenga la pericia y el talento narrativo del primero pero queda claro que Black tampoco ha sabido entender al personaje y que a veces, como en esta ocasión, lo enrevesado y sorprendente de un guión un tanto tramposo no es sinónimo de adecuación ni a la historia ni a los personajes ni desde luego a las expectativas del público.
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