jueves, 23 de mayo de 2013

Iron Man 3 (2013)




 En el diván de Tony Stark

La segunda fase de la ofensiva Marvel ha comenzado. Y qué mejor forma de hacerlo que cerrando la primera trilogía marveliana de uno de sus personajes estrella: Iron Man.
El encargado de llevar a cabo tan enorme y costoso proyecto es esta vez el reputado guionista Shane Black, después de que el responsable de las dos primeras entregas Jon Favreau abandonara voluntariamente el barco en pos de encargarse de otros futuros proyectos de la casa madre de Marvel, léase Disney. Así pues Black, responsable del guión de algunos de los mejores films de acción entre finales de la década de los 80 y mediados de los 90 como Arma Letal 1 y 2 (1987-89), El último Boy Scout (1991), El último gran héroe (1993) o Memoria Letal (1996) y director de la interesante aunque poco conocida Kiss Kiss, Bang Bang (2005) es ahora quien lleva las riendas del Hombre de Hierro a nivel narrativo en su doble faceta de director-guionista. Y si bien a priori parecía una muy buena elección hay que reconocer sin duda que no ha llegado a cumplir las enormes expectativas puestas sobre él. Si lo ha conseguido a nivel de taquilla en donde incluso ha llegado a desbancar el récord de recaudación a nivel internacional en su fin de semana de estreno obtenido el pasado año por Los Vengadores. Todo queda en casa.
Pero argumentalmente hablando esta tercera parte de la trilogía posee un enorme handicap y es que, a diferencia de las dos anteriores, no ha terminado de gustar a su público objetivo, es decir, a sus propios fans. Y eso se debe íntegramente a las arriesgadas decisiones narrativas tomadas por Black con el objetivo de crear una historia interesante centrada esta vez más a nivel psicológico de su protagonista, Tony Stark.
A priori, nuevamente, una decisión tan arriesgada como potencialmente interesante pero que desgraciadamente sus guionistas Shane Black y Drew Pearce son incapaces de llevar a buen puerto dada la creciente sensación de desconocimiento del propio personaje y su universo que denotan tales acciones, a diferencia de los films de Favreau. Y es que un Tony Stark que apenas se pone la armadura, un villano icónico (El Mandarín, interpretado por sir Ben Kingsley) que no es mas que un pálido y ridiculizado reflejo del original, y unos personajes secundarios como Maya Hansen (Rebecca Hall) y Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) planos y superficiales que a diferencia de otras entregas ofrecen una química inexistente al espectador en su relación con el héroe, acaban resultando unos obstáculos demasiado difíciles de sortear. Dada esta problemática tanto el esperado gran despliegue de medios del que hace gala la cinta como el enorme carisma de Robert Downey Jr. como Iron Man resultan insuficientes y acaban dejando al espectador con un irremediable regusto agridulce después de su visionado.
Volviendo a la perspectiva que Black ofrece sobre el personaje, aunque resulte ciertamente interesante observar una continuidad narrativa respecto a la anterior entrega con Iron Man como uno de sus protagonistas, Los Vengadores (2012), y ver a un Stark mas inseguro y vulnerable que de costumbre debido a algunos problemas de ansiedad derivados directamente de esa anterior entrega, las decisiones del director a partir de ahí resultan contraproducentes. La idea de centrarse mas en el hombre que en su armadura puede considerarse inicialmente acertada (y en algunas partes incluso funciona) pero su desarrollo posterior (que lleva a Stark mas a manejar fabulosamente sus artilugios desde fuera como si de un videojuego de realidad aumentada se tratara que a jugarse el pellejo desde dentro de su armadura como es habitual) acaba restándole fuerza a las escenas y a la historia en general. Lo mismo puede decirse del tratamiento cuanto menos cuestionable de uno de los villanos principales, El Mandarín, que prioriza el giro sorprendente y rocambolesco de guión a la fuerza e interés de la historia restándole así más enteros que sumándoselos de cara al espectador. Eso sumado a la desaparición de la tensión sexual entre los protagonistas Stark y Potts y a un diseño de personajes secundarios extraordinariamente superficial e incluso infantil en sus motivaciones (Maya Hansen y Aldrich Killian) acaba no transmitiendo un cómputo final positivo. Tampoco ayuda un casting irregular, con un fantástico Guy Pearce como Killian pero un William Sadler como presidente de los Estados Unidos perdidísimo y totalmente fuera de su rol habitual o un Ben Kingsley ampliamente desaprovechado por exigencias del guión. Don Cheadle como coronel Rhodes/War Machine sigue manteniendo intacta la falta de carisma que ya lucía en la anterior entrega o incluso menos y Jon Favreau repite en su faceta como actor, apunte cómico y corpulento guardaespaldas de Stark.
Afortunadamente hay también partes algo mas inspiradas como la visita de Stark a Tennessee y su divertida relación con uno de los niños (el joven actor Ty Simpkins), una de las mejores aunque mas predecibles partes de la película.
Sin duda alguna la franquicia de Iron Man (como también Los Vengadores de Joss Whedon) nunca se había caracterizado por su seriedad pero si por un acertado balance entre su sentido del humor (carisma de los personajes principales incluido, especialmente el de Robert Downey Jr.) y cierta verosimilitud en sus tramas argumentales por muy fantasiosas que estas pudieran ser. Pero Shane Black no es Jon Favreau. Puede que éste último no tenga la pericia y el talento narrativo del primero pero queda claro que Black tampoco ha sabido entender al personaje y que a veces, como en esta ocasión, lo enrevesado y sorprendente de un guión un tanto tramposo no es sinónimo de adecuación ni a la historia ni a los personajes ni desde luego a las expectativas del público.

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