John Carpenter & Prince of Darkness: clásica originalidad
El
ineludible enfrentamiento entre el bien y el mal ha estado presente en el cine
desde sus orígenes como una de las arquetípicas temáticas alrededor de las
cuales estructurar el argumento de los filmes. Contra más clara sea su
separación, mayor será el impacto efectivo sobre el público mayoritario al que
va dirigido.
Pero un género, el fantástico, se lo ha
hecho especialmente suyo a lo largo de la historia del séptimo arte, ya sea a
través de criaturas alienígenas, psicópatas asesinos o demonios ancestrales. Y
es que desde el Faust de
F.W.Mourneau hasta éste Príncipe de las
Tinieblas las cosas no han cambiado sustancialmente, aunque si han
evolucionado. Dentro de ésta subdivisión de la temática con el demonio o los
demonios de por medio, podemos establecer pues y con John Carpenter como
referencia, esa evolución apuntada anteriormente.
El director ha partido durante toda su
filmografía de unos patrones narrativos y estéticos eminentemente clásicos,
pero evolucionados hacia su propio terreno, el terreno de la posmodernidad
sustancial de la narración. Con esto se pretende decir que el director ha
creado a través de su filmografía un universo propio tan fundamentado en el
clasicismo aparente como en la propia autoreferencialidad y multiplicidad de
significados. Para ello basta recordar la aparente planicie narrativa de filmes
como Halloween, Escape from New York, They
Live o, más recientemente, Vampires,
por poner algunos ejemplos.
El clasicismo aparente y real se fundamenta
tan solo en lo que se cuenta, mientras que la denominada posmodernidad
narrativa se encuentra precisamente en el como se cuenta una determinada
historia: El análisis psicológico de la protagonista de Halloween y la naturaleza del mal en estado puro en una sociedad
fría y banal; el anarquismo contra sistema de un Snake Plissken como
representante ideal del antihéroe por naturaleza en una sociedad sumida en el
caos y la autodestrucción en Escape from
New York; el exacerbado alienamiento de la sociedad en todos sus niveles en
They Live; la relectura
descontextualizada e irónica de uno de los grandes temas del fantástico como es
el vampirismo en Vampires. Todos estos
ejemplos nos conducen también a Prince
of Darkness y a como, a partir de un tema tan bastamente tratado en la
historia del cine fantástico como es el de ese eterno enfrentamiento
entre el bien y el mal, éste se redefine en su esencia bajo un desarrollo
simple y directo. Carpenter no utiliza el gran despliegue de medios de William
Friedkin en The Exorcist, ni la
grandilocuencia de Richard Donner en The
Omen, ni es pionera en el tema como Rosemary´s
Baby de Roman Polanski, ni desde luego el efectismo gratuito de Peter Hyams
en End of Days, sino que se basa en
la originalidad del planteamiento narrativo de un tema no precisamente novedoso
aunque no por ello menos interesante o efectivo. Así pues, introduce esa
originalidad en la película de forma verbal y directa (aunque no totalmente) a
través del personaje del científico y profesor de física cuántica, el cual
propone una nueva visión del origen del mismo mal y también del bien,
utilizando para ello, aunque de forma destructiva, la base de esta propia
creencia bipolar, es decir, a la
Iglesia.
Y a partir de un tema trillado por el género,
el director construye una narración de estructura clásica y, fiel a su estilo,
redefine ese clasicismo gracias a la ampliación y renovación de significados
que le da a la propia historia, hecho palpable especialmente en los sueños
futuros o premoniciones de los protagonistas. Este factor argumental sirve para
ejemplificar esa posmodernidad del relato anteriormente mencionada y esas
secuencias, siempre las mismas menos la del final, ponen de manifiesto la
vinculación especial que debe mantener el espectador con el director para
entender correctamente su cinematografía. Normalmente de manera subjetiva en el
resto de sus películas, es quizás aquí donde se observa de manera más obvia, enseñándole
algo que no debería ver si no conociera a los personajes, algo que a su vez es
vital para los propios protagonistas, aunque no acaban de entender hasta el
final del film su verdadero significado. Algo que les cambia sutilmente su
percepción de la realidad. Una analogía para comprender el cine de John
Carpenter? Quizás. El hecho es que el espectador no siempre está dispuesto a
hacer el esfuerzo de una segunda interpretación, y en Prince of Darkness
Carpenter se lo pone fácil.
Esta suerte de progresiva premonición
retroactiva que viven los protagonistas resume de hecho el concepto de la
película, el enfrentamiento entre el bien y el mal. Es aquí también donde se
reúnen directa o indirectamente varias de las temáticas más recurrentes del
cine fantástico y de terror: el Apocalipsis, el
viaje en el tiempo (aunque solo sea de información videográfica), el miedo a lo
desconocido, el mal personificado.. El director basa su credibilidad en la lógica de la ciencia
ficción, en la verosimilitud de explicar algo aparentemente increíble pero que
pudiera ocurrir.
John Carpenter ofrece al espectador dos
vías de interpretación de su obra: la más obvia, un relato clásico y entretenido,
formalmente correcto y en ocasiones sorprendente; la segunda, una reinterpretación
del relato con una reflexión escondida, un pensamiento plasmado en todas sus
películas, con mayor o menor acierto, pero que enriquece el relato, lo
densifica y dota al filme del verdadero estilo del director. Por lo tanto
también existen dos tipos de espectadores para su cine, dependiendo de si se
deciden por el primer camino o por los dos a la vez, supeditando el primero al
segundo.
El origen de la maldad, su materialización
en nuestra vida cotidiana, y la lucha entre el bien y el mal podrían ser los
tres ejes fundamentales y muy genéricos sobre los cuales se asienta la
filmografía de John Carpenter, teniendo en cuenta la constante renovación que
de estos temas ha elaborado siempre el director.
Prince of Darkness es un
ejemplo prototípico de su cine, de sus significados paralelos, de su deseo de
verosimilitud, de su profundidad intrínseca y también del placer y el orgullo
de hacer cine de género con pretensiones, pero solo para quien quiera
encontrarlas.
Prince of Darkness: el terror en la otra cara del espejo
El poder del mal, la lucha entre la luz y la oscuridad, la supervivencia en un entorno hostil. Estas son algunas de las pautas en las que se basa John Carpenter para estructurar sus discursos fílmicos sobre el terror y el miedo a lo desconocido, temáticas siempre presentes en sus películas pero siempre también tratadas de forma original y renovada. Prince of Darkness conjura los más atávicos temores, tanto humanos como cinematográficos, para ofrecer una revisitación moderna de los tópicos relacionados con la llegada del Apocalipsis y el nacimiento del Anticristo.
Carpenter comienza por adentrar progresiva e
inteligentemente al espectador en la acción gracias a un extenso
prólogo-presentación de los principales personajes y sus respectivas
interrelaciones coyunturales. Estos personajes parten, como es habitual en su
cine, de su propio trasfondo solitario como única baza para enfrentarse al
terror hacia lo desconocido, al mal que acecha en la oscuridad, gracias a esa
misoginia voluntaria y activa que nos recuerda a los papeles interpretados por
el actor fetiche del director en varios de sus mejores filmes, Kurt Russell. Y
si el romanticismo es siempre en Carpenter un tema tangencial no desarrollado
plenamente (quizás debilitaría demasiado al protagonista, aunque en esta
película haya un pequeño resquicio de duda) si lo está su inquietante música,
compuesta como es habitual por él mismo, la cual contextualiza y transporta el
ritmo de la acción a la perfección, tanto presente como futura.
Posteriormente, la localización de la acción
en un único escenario, la iglesia, no hará sino aumentar la inquietud y el
misterio creados anteriormente, construyendo un progresivo entorno
claustrofóbico para los personajes que abarca desde la obertura del
recipiente-contenedor, justo cuando el líquido demoníaco comience a adueñarse
de los demás, hasta el clímax final.
La focalización de la acción coral en un
mismo escenario cerrado o acechado es una de las constantes más reseñables del
cine de Carpenter, presente en Assault
on Precinct 13, The Thing, Village of the Damned o la mas reciente
Ghosts of Mars, ya que conforma esa
concreción de los hechos extraordinarios y terroríficos en un planteamiento
cercano y agobiante para el espectador, lejos de la aparatosidad habitual a la
que nos tiene acostumbrados el cine del género. Esta cercanía no responde tanto
a la habitual adscripción del director a la antigua “serie B” (aunque él mismo
se sienta orgulloso de ser ostentador de esa categoría), sino a una
revalorización de la narrativa frente al efectismo gratuito, presente en todas
sus películas, pero especialmente patente en su obra de los años 70 y 80,
inclusive cuando gozaba de mayor aunque efímero apoyo comercial.
Carpenter formula en Prince of Darkness, por
un lado, la enésima recreación de la ejemplificación del mal absoluto en la Tierra, léase el Demonio,
los Cenobitas o incluso Drácula (como apunta Sigfrid en su crítica
de Cartelera Turia), y por otro la reformulación de ese mismo principio de una
forma visual y narrativamente inédita y original.
Resulta curioso comprobar como el cine de
John Carpenter, y este film mas especialmente, suscita poca o ninguna seriedad
y consideración en su estreno por parte de la crítica mayoritaria, la misma
seriedad, consideración y prestigio que ganan sus películas conforme pasan los
años. No hay más que fijarse en las críticas de José Luis Guarner en La Vanguardia y Xavier
Pérez i Torío en El Temps para darse cuenta de que la idea apuntada
anteriormente de querer entender el cine de John Carpenter para valorarlo no
sólo afecta a los espectadores. En la época de su estreno, en 1987, (al parecer
con retraso en este país) al filme se le consideró aburrido, decepcionante, y
fallido. Quizás porque Carpenter ahondaba en uno de los temas más trillados del
género, la crítica no se molestase en prestarle atención.
Pocos críticos, como el citado Sigfrid en
Cartelera Turia, se molestaron en encontrarle ese segundo significado a Prince
of Darkness. Sin embargo el film apunta aspectos importantes en el estilo
narrativo de Carpenter, como por ejemplo la conjugación de todos los puntos de
vista durante la acción para crear más tensión, o el efecto catártico del
terror visual sobre el espectador.
Pero si algo define a Prince of Darkness es
la propia naturaleza del mal y como esta se representa. La maldad está aquí
ligada a la propia naturaleza del universo, no tiene nada que ver con la
invención bíblica sobre el Demonio. El discurso pseudo-científico y lógico
rebate aquí la representación clásica de
la figura del Diablo y de Dios y posmoderniza todo el sentido de la Iglesia católica a partir
de la física cuántica, de ese universo invisible a la vista pero que sostiene y
estructura todo lo que vemos, algo así como el propio estilo de John Carpenter
en el cine. La representación del mal se despersonifica (el Diablo no tiene un
rostro definido), y el obligado Apocalipsis presente y futuro queda patente
respectivamente a través del espejo, la puerta hacia el otro lado de la luz, a
la oscuridad, y a partir de los sueños premonitorios o futuros que sufren los
protagonistas, una manera inteligente de atemorización colectiva pero también
de afán por la salvación común.
Y si el futuro pide ayuda irremediablemente
al pasado y el pasado se dirige hacia el Apocalipsis, podrá el presente
resistir la tentación de no caer en la oscuridad?
En Carpenter, el humor es
ironía, el héroe no es el más valiente, la acción colectiva a menudo no acaba
siendo la más poderosa, pero el terror está siempre al otro lado del espejo...
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