martes, 21 de agosto de 2012

El Príncipe de las Tinieblas (1987)



John Carpenter & Prince of Darkness: clásica originalidad

El ineludible enfrentamiento entre el bien y el mal ha estado presente en el cine desde sus orígenes como una de las arquetípicas temáticas alrededor de las cuales estructurar el argumento de los filmes. Contra más clara sea su separación, mayor será el impacto efectivo sobre el público mayoritario al que va dirigido.
Pero un género, el fantástico, se lo ha hecho especialmente suyo a lo largo de la historia del séptimo arte, ya sea a través de criaturas alienígenas, psicópatas asesinos o demonios ancestrales. Y es que desde el Faust de F.W.Mourneau hasta éste Príncipe de las Tinieblas las cosas no han cambiado sustancialmente, aunque si han evolucionado. Dentro de ésta subdivisión de la temática con el demonio o los demonios de por medio, podemos establecer pues y con John Carpenter como referencia, esa evolución apuntada anteriormente.
El director ha partido durante toda su filmografía de unos patrones narrativos y estéticos eminentemente clásicos, pero evolucionados hacia su propio terreno, el terreno de la posmodernidad sustancial de la narración. Con esto se pretende decir que el director ha creado a través de su filmografía un universo propio tan fundamentado en el clasicismo aparente como en la propia autoreferencialidad y multiplicidad de significados. Para ello basta recordar la aparente planicie narrativa de filmes como Halloween, Escape from New York, They Live o, más recientemente, Vampires, por poner algunos ejemplos.
El clasicismo aparente y real se fundamenta tan solo en lo que se cuenta, mientras que la denominada posmodernidad narrativa se encuentra precisamente en el como se cuenta una determinada historia: El análisis psicológico de la protagonista de Halloween y la naturaleza del mal en estado puro en una sociedad fría y banal; el anarquismo contra sistema de un Snake Plissken como representante ideal del antihéroe por naturaleza en una sociedad sumida en el caos y la autodestrucción en Escape from New York; el exacerbado alienamiento de la sociedad en todos sus niveles en They Live; la relectura descontextualizada e irónica de uno de los grandes temas del fantástico como es el vampirismo en Vampires. Todos estos ejemplos nos conducen también a Prince of Darkness y a como, a partir de un tema tan bastamente tratado en la historia del cine fantástico como es el de ese eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, éste se redefine en su esencia bajo un desarrollo simple y directo. Carpenter no utiliza el gran despliegue de medios de William Friedkin en The Exorcist, ni la grandilocuencia de Richard Donner en The Omen, ni es pionera en el tema como Rosemary´s Baby de Roman Polanski, ni desde luego el efectismo gratuito de Peter Hyams en End of Days, sino que se basa en la originalidad del planteamiento narrativo de un tema no precisamente novedoso aunque no por ello menos interesante o efectivo. Así pues, introduce esa originalidad en la película de forma verbal y directa (aunque no totalmente) a través del personaje del científico y profesor de física cuántica, el cual propone una nueva visión del origen del mismo mal y también del bien, utilizando para ello, aunque de forma destructiva, la base de esta propia creencia bipolar, es decir, a la Iglesia.
Y a partir de un tema trillado por el género, el director construye una narración de estructura clásica y, fiel a su estilo, redefine ese clasicismo gracias a la ampliación y renovación de significados que le da a la propia historia, hecho palpable especialmente en los sueños futuros o premoniciones de los protagonistas. Este factor argumental sirve para ejemplificar esa posmodernidad del relato anteriormente mencionada y esas secuencias, siempre las mismas menos la del final, ponen de manifiesto la vinculación especial que debe mantener el espectador con el director para entender correctamente su cinematografía. Normalmente de manera subjetiva en el resto de sus películas, es quizás aquí donde se observa de manera más obvia, enseñándole algo que no debería ver si no conociera a los personajes, algo que a su vez es vital para los propios protagonistas, aunque no acaban de entender hasta el final del film su verdadero significado. Algo que les cambia sutilmente su percepción de la realidad. Una analogía para comprender el cine de John Carpenter? Quizás. El hecho es que el espectador no siempre está dispuesto a hacer el esfuerzo de una segunda interpretación, y en Prince of Darkness Carpenter se lo pone fácil.
Esta suerte de progresiva premonición retroactiva que viven los protagonistas resume de hecho el concepto de la película, el enfrentamiento entre el bien y el mal. Es aquí también donde se reúnen directa o indirectamente varias de las temáticas más recurrentes del cine fantástico y de terror: el Apocalipsis, el viaje en el tiempo (aunque solo sea de información videográfica), el miedo a lo desconocido, el mal personificado.. El director basa su credibilidad en la lógica de la ciencia ficción, en la verosimilitud de explicar algo aparentemente increíble pero que pudiera ocurrir.
John Carpenter ofrece al espectador dos vías de interpretación de su obra: la más obvia, un relato clásico y entretenido, formalmente correcto y en ocasiones sorprendente; la segunda, una reinterpretación del relato con una reflexión escondida, un pensamiento plasmado en todas sus películas, con mayor o menor acierto, pero que enriquece el relato, lo densifica y dota al filme del verdadero estilo del director. Por lo tanto también existen dos tipos de espectadores para su cine, dependiendo de si se deciden por el primer camino o por los dos a la vez, supeditando el primero al segundo.
El origen de la maldad, su materialización en nuestra vida cotidiana, y la lucha entre el bien y el mal podrían ser los tres ejes fundamentales y muy genéricos sobre los cuales se asienta la filmografía de John Carpenter, teniendo en cuenta la constante renovación que de estos temas ha elaborado siempre el director.
Prince of Darkness es un ejemplo prototípico de su cine, de sus significados paralelos, de su deseo de verosimilitud, de su profundidad intrínseca y también del placer y el orgullo de hacer cine de género con pretensiones, pero solo para quien quiera encontrarlas.

Prince of Darkness: el terror en la otra cara del espejo

El poder del mal, la lucha entre la luz y la oscuridad, la supervivencia en un entorno hostil. Estas son algunas de las pautas en las que se basa John Carpenter para estructurar sus discursos fílmicos sobre el terror y el miedo a lo desconocido, temáticas siempre presentes en sus películas pero siempre también tratadas de forma original y renovada. Prince of Darkness conjura los más atávicos temores, tanto humanos como cinematográficos, para ofrecer una revisitación moderna de los tópicos relacionados con la llegada del Apocalipsis y el nacimiento del Anticristo.
Carpenter comienza por adentrar progresiva e inteligentemente al espectador en la acción gracias a un extenso prólogo-presentación de los principales personajes y sus respectivas interrelaciones coyunturales. Estos personajes parten, como es habitual en su cine, de su propio trasfondo solitario como única baza para enfrentarse al terror hacia lo desconocido, al mal que acecha en la oscuridad, gracias a esa misoginia voluntaria y activa que nos recuerda a los papeles interpretados por el actor fetiche del director en varios de sus mejores filmes, Kurt Russell. Y si el romanticismo es siempre en Carpenter un tema tangencial no desarrollado plenamente (quizás debilitaría demasiado al protagonista, aunque en esta película haya un pequeño resquicio de duda) si lo está su inquietante música, compuesta como es habitual por él mismo, la cual contextualiza y transporta el ritmo de la acción a la perfección, tanto presente como futura.
Posteriormente, la localización de la acción en un único escenario, la iglesia, no hará sino aumentar la inquietud y el misterio creados anteriormente, construyendo un progresivo entorno claustrofóbico para los personajes que abarca desde la obertura del recipiente-contenedor, justo cuando el líquido demoníaco comience a adueñarse de los demás, hasta el clímax final.
La focalización de la acción coral en un mismo escenario cerrado o acechado es una de las constantes más reseñables del cine de Carpenter, presente en Assault on Precinct 13, The Thing, Village of the Damned o la mas reciente Ghosts of Mars, ya que conforma esa concreción de los hechos extraordinarios y terroríficos en un planteamiento cercano y agobiante para el espectador, lejos de la aparatosidad habitual a la que nos tiene acostumbrados el cine del género. Esta cercanía no responde tanto a la habitual adscripción del director a la antigua “serie B” (aunque él mismo se sienta orgulloso de ser ostentador de esa categoría), sino a una revalorización de la narrativa frente al efectismo gratuito, presente en todas sus películas, pero especialmente patente en su obra de los años 70 y 80, inclusive cuando gozaba de mayor aunque efímero apoyo comercial.
Carpenter formula en Prince of Darkness, por un lado, la enésima recreación de la ejemplificación del mal absoluto en la Tierra, léase el Demonio, los Cenobitas o incluso Drácula (como apunta Sigfrid en su crítica de Cartelera Turia), y por otro la reformulación de ese mismo principio de una forma visual y narrativamente inédita y original.
Resulta curioso comprobar como el cine de John Carpenter, y este film mas especialmente, suscita poca o ninguna seriedad y consideración en su estreno por parte de la crítica mayoritaria, la misma seriedad, consideración y prestigio que ganan sus películas conforme pasan los años. No hay más que fijarse en las críticas de José Luis Guarner en La Vanguardia y Xavier Pérez i Torío en El Temps para darse cuenta de que la idea apuntada anteriormente de querer entender el cine de John Carpenter para valorarlo no sólo afecta a los espectadores. En la época de su estreno, en 1987, (al parecer con retraso en este país) al filme se le consideró aburrido, decepcionante, y fallido. Quizás porque Carpenter ahondaba en uno de los temas más trillados del género, la crítica no se molestase en prestarle atención.
Pocos críticos, como el citado Sigfrid en Cartelera Turia, se molestaron en encontrarle ese segundo significado a Prince of Darkness. Sin embargo el film apunta aspectos importantes en el estilo narrativo de Carpenter, como por ejemplo la conjugación de todos los puntos de vista durante la acción para crear más tensión, o el efecto catártico del terror visual sobre el espectador.
Pero si algo define a Prince of Darkness es la propia naturaleza del mal y como esta se representa. La maldad está aquí ligada a la propia naturaleza del universo, no tiene nada que ver con la invención bíblica sobre el Demonio. El discurso pseudo-científico y lógico rebate aquí  la representación clásica de la figura del Diablo y de Dios y posmoderniza todo el sentido de la Iglesia católica a partir de la física cuántica, de ese universo invisible a la vista pero que sostiene y estructura todo lo que vemos, algo así como el propio estilo de John Carpenter en el cine. La representación del mal se despersonifica (el Diablo no tiene un rostro definido), y el obligado Apocalipsis presente y futuro queda patente respectivamente a través del espejo, la puerta hacia el otro lado de la luz, a la oscuridad, y a partir de los sueños premonitorios o futuros que sufren los protagonistas, una manera inteligente de atemorización colectiva pero también de afán por la salvación común.
Y si el futuro pide ayuda irremediablemente al pasado y el pasado se dirige hacia el Apocalipsis, podrá el presente resistir la tentación de no caer en la oscuridad?
En Carpenter, el humor es ironía, el héroe no es el más valiente, la acción colectiva a menudo no acaba siendo la más poderosa, pero el terror está siempre al otro lado del espejo...


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