Amarga realidad
El estilo fílmico expuesto en esta premiada película por el director brasileño Fernando Meirelles posee ciertas características dominantes. En primer lugar, una cierta vocación documentalista en su desarrollo argumental, muy probablemente por estar basada en hechos reales y debido también a la voluntad del director de conseguir una fiel adaptación del libro de Paulo Lins en el que se basa, ejemplificada en el uso constante de la cámara en mano para conseguir así ese mayor realismo buscado por el director. Ésta característica no debe llevar a engaños puesto que, en la práctica, su realización difiere mucho de la de un documental, aunque se note claramente que el director ha intentado mantener distancia en relación a un posible juicio moral de los personajes.
El estilo fílmico expuesto en esta premiada película por el director brasileño Fernando Meirelles posee ciertas características dominantes. En primer lugar, una cierta vocación documentalista en su desarrollo argumental, muy probablemente por estar basada en hechos reales y debido también a la voluntad del director de conseguir una fiel adaptación del libro de Paulo Lins en el que se basa, ejemplificada en el uso constante de la cámara en mano para conseguir así ese mayor realismo buscado por el director. Ésta característica no debe llevar a engaños puesto que, en la práctica, su realización difiere mucho de la de un documental, aunque se note claramente que el director ha intentado mantener distancia en relación a un posible juicio moral de los personajes.
Otra característica importante radica en que
su estilo visual llama poderosamente la atención del espectador estableciendo
un contraste entre la ruralidad y el contexto social de los personajes. Meirelles utiliza diferentes técnicas para mantener la atención y ficcionalizar
así el relato, aunque sólo sea aparentemente. La voz en off del narrador y los
textos esporádicos guían al espectador a través de la compleja relación entre
todos los diferentes personajes. Pero el director huye de una planificación
estrictamente lineal de la historia y desde el comienzo, después de la
presentación del narrador, retrocede en el tiempo para seguir un desarrollo
lineal en tres fases hasta alcanzar el momento inicial, que no se corresponde
exactamente con el final de la historia, estableciendo así pues un inicio in medias res. Al presentar a los
diferentes personajes no duda en retroceder constantemente para mostrar y
explicar al espectador sus orígenes y su interrelación con los demás
personajes. Además, también detiene la acción en diversos momentos para que el
espectador se fije especialmente en ésa circunstancia o en ése personaje en
concreto a través de una explicación en off, ya sea del presente de la acción o
de la importancia de ése personaje en un futuro próximo. Así pues, el flashback, y la parada son dos recursos
omnipresentes en la película.
El director utiliza también efectos de
tonalidad ficticia en diversos planos (normalmente en las secuencias que
incluyen una parada) y un montaje con un ritmo bastante rápido en el desarrollo
de la acción. Éstas características, y especialmente sumadas a las anteriores
de constantes flashbacks temporales para relatar la misma situación pero desde
el punto de vista de otro personaje, consiguen que la película muestre un
montaje similar al estilo popularizado en los últimos años por directores como Quentin Tarantino o Guy Ritchie. Éste estilo responde a la
señalada voluntad de objetividad por parte del director, mostrando los diversos
puntos de vista de la acción y también, no lo olvidemos, a su voluntad de
construir un filme más de acuerdo con los gustos comerciales imperantes en la
actualidad, creando una remarcable diferenciación entre la ruralidad del
contexto social y ése estilo visual tan contemporáneo.
Desde el punto de vista argumental la
película cumple perfectamente su objetivo: mostrar al público la vida cotidiana
en las favelas (barrios suburbiales) de Río de Janeiro, siguiendo la vida de su protagonista Buscapé y centrándose en los diferentes puntos de vista de los distintos narcotraficantes que llevan controlándolas desde finales de los años sesenta, ejemplificando la narración en una de ellas llamada Ciudad de Dios, en donde se
registró la mayor espiral de violencia de la ciudad. Y aunque la película acaba
en los años ochenta, en el momento de su estreno esta situación no difería
mucho de la mostrada en el filme, como relata el propio director cuando llegó
por primera vez a la favela en cuestión y se vio encañonado a los pocos metros
por un niño armado.
Y es que esa es la principal característica
que llama la atención del espectador, el hecho de que el deporte preferido en
Ciudad de Dios sea matarse a tiros unos a otros, sin ningún tipo de
diferenciación entre niños y adultos a un lado y al otro del arma. La violencia
in crescendo según pasan los años convierte a la favela en un auténtico
infierno. Un mundo paralelo regido por reglas diferentes a las de la ciudad
donde ni la policía se atreve a intervenir y, cuando lo hace, es porque ya la
exacerbada situación ha saltado a los medios de comunicación. Pero sobretodo
también porque la propia policía tiene intereses económicos corruptos en el tráfico
de drogas que se realiza dentro de la favela.
Los orígenes se encuentran así pues en los
años sesenta, cuando los grupos de pequeños ladrones y mafiosos son adorados
como ídolos por prácticamente todos los niños del barrio. En la pobreza de la
vida en la favela la forma más rápida y fácil de salir de ella es a través del
crimen, la profesión más deseada por la juventud del lugar. Y serán precisamente
éstos niños los que al crecer acabarán controlando el poder del barrio. Y no lo
hacen con el refinado estilo de los gángsteres de ciudad, no menos brutal, sino
de la manera más simple posible: disparando sobre la oposición, toda la
oposición, en cualquier momento y en cualquier lugar, de cualquier edad,
entendiendo a la oposición como a toda persona que te pueda llevar la contraria
o que simplemente no te apetezca ver más. En éste contexto la pistola se
convierte en un elemento icónico, un juguete más para todos los niños, un
juguete que da poder y que además, muy a menudo, mata. Éstos hechos, sumados a
comportamientos psicópatas de algunos de los narcotraficantes, especialmente Zé
Pequeno, configuran la sanguinaria guerra entre las dos bandas
(Pequeno-Galinha) en los años ochenta, como consecuencia de los viejos odios
que se tienen unos a otros todos los habitantes de la favela después de años de
matanzas indiscriminadas.
Y si el hecho de que todos los niños en
Ciudad de Dios vayan armados, y también drogados (puesto que los dos factores
van unidos) llama la atención del espectador haciéndole olvidar ese aura de inocencia
habitualmente adscrita a los mas jóvenes, más todavía le marca el valor de la
vida en la favela. La vida humana no vale absolutamente nada en ése sitio. Y no
sólo en relación al tráfico de drogas sino a toda la vida cotidiana, situación
especialmente palpable en los años ochenta, cuando los dos bandos creados se
matan unos a otros con cualquier excusa, por absurda que sea. La violencia
llega a su punto álgido y aunque los grandes “dueños” caigan entonces, la
situación en el momento de su estreno seguía regida por el miedo, la ilegalidad
y la violencia.
La película de Meirelles pues muestra al
espectador la vida cotidiana en esas favelas brasileñas y la compleja telaraña
de interrelaciones que se van tejiendo a lo largo de dos décadas, en una
auténtica ciudad sin ley en donde realmente no gana quien consigue más poder a
través del tráfico de drogas, sino quien consigue llegar vivo al final del día.
Ciudad de Dios es un documento necesario sobre la vida en lugares radicalmente distintos al nuestro, y consigue hacer reflexionar al espectador sobre el hecho de que si tal grado de violencia puede llegar a ser asumido con tanta facilidad por las personas, algo que nos llega a parecer incluso terriblemente cómico, la vida humana puede llegar a no valer más que la de un organismo unicelular si no tratamos de educarnos mutuamente para vivir en una sociedad orientada hacia la paz y el desarrollo común y no hacia la autodestrucción.
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