miércoles, 17 de junio de 2015

Ex Machina (2015)


El fantasma en la máquina

Ex Machina (de la expresión latina que significa “desde la máquina”).  
Alex Garland, reputado guionista británico habitual en los films de Danny Boyle con obras tan interesantes en su carrera hasta la fecha como 28 días después…(2002), Sunshine (2007), o la nueva y notable versión de Dredd (2012) dirige y escribe esta película de ciencia ficción que nos adentra en el tan sugestivo terreno de la creación de inteligencia artificial. Un lugar común dentro del género (especialmente en su vertiente más cyberpunk) presente en algunas de sus obras maestras del pasado siglo como 2001: A Space Odyssey (1968), Blade Runner (1982), Terminator (1984) o Ghost in the Shell (1995).
El film de Garland nos acerca a este terreno de la mano de un joven programador llamado Caleb (Domhnall Gleeson) que es seleccionado a modo de recompensa empresarial para participar en un experimento de evaluación cualitativa de una novedosa inteligencia artificial fuerte en forma de androide, de nombre Ava y con la tan agradable apariencia de la joven actriz sueca Alicia Vikander. El creador de tan impresionante cénit científico no es otro que el jefe de Caleb, el millonario Nathan interpretado con tesón por Oscar Isaac, el cual se encuentra recluido en unas secretas instalaciones de investigación científica de vanguardia.
Lo que en manos de otro director fácilmente podría haber desembocado en una rutinaria cinta de acción mezclada con ciencia ficción, en manos de Garland se convierte en un apasionante y pausado thriller psicológico con muy pocos actores y con una atmósfera ciertamente opresiva que conjuga a la perfección con ese halo de secretismo absoluto en el que se desarrolla esa investigación y toda la línea argumental del film.
El triángulo progresivamente desestabilizador entre los tres protagonistas (Caleb, Nathan y Ava) marcará toda la película introduciendo al espectador en esa tensa relación entre genio creador, absorto y admirado empleado y fría e inquietante creación. Una relación que al mismo tiempo nos introduce también en un contexto verosímil de un futuro relativamente cercano en donde la ingeniería informática ha conseguido emular a la perfección a la biología hasta el punto de haber podido crear vida artificial inteligente pero, una vez ahí, es imposible no plantearse preguntas como: ¿Cual es el propósito de su creación? ¿Puede un ser humano desarrollar algún tipo de sentimiento profundo como el amor por un ser artificial? Y más inquietante si cabe: ¿Puede un ser artificial sentir afecto por un ser humano? Todas estas cuestiones entre otras, son tratadas certeramente durante la película como los ejes que realmente interesan a sus personajes, evitando deliberadamente su director entrar en explicaciones excesivamente técnicas para así aumentar la identificación por parte del espectador hacia los mismos. Unos personajes que nos introducen todas estas reflexiones y que se interrelacionan entre si a través de los conceptos de atracción/amor/temor por parte de creador y empleado hacia su creación u objeto de estudio/deseo y viceversa. Unos sentimientos complejos, inquietantes y muy humanos que sin duda pueden tener también su lado oscuro, primario y perverso.
El film nos plantea así cuestiones trascendentales como cuales son los límites de lo humano y sus características diferenciadoras con las máquinas, si estas pueden desarrollar sentimientos al volverse autoconscientes o si, llegados a ese punto, seremos capaces de diferenciar ambos estados de existencia (el biológico y el artificial) en un futuro que cada vez parece más inexorablemente cercano e irremediablemente abocado a converger.

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